1 jul 2010

Problema sin solución

Editorial

El Tiempo, Bogotá

Julio 1 de 2010

A lo largo de la pasada campaña presidencial, las encuestas hechas entre la ciudadanía dejaron en claro que la desocupación era considerada el principal problema que enfrentan los colombianos. Ese mensaje de urgencia volvió a ser refrendado ayer con ocasión de la publicación que hizo el Dane, según el cual la tasa nacional de desempleo llegó a 12,1 por ciento en mayo pasado, mientras que en las 13 áreas metropolitanas principales la cifra fue de 12,8. En ambos casos, el dato es superior en 0,4 al observado en el mismo mes del 2009, lo cual hace evidente que hay un deterioro en un indicador crítico.

Esa circunstancia es preocupante a la luz de otras realidades. Y es que, a pesar del repunte del 4,4 por ciento del Producto Interno Bruto durante el primer trimestre del año, vuelve a demostrarse que la economía colombiana es muy efectiva para destruir puestos de trabajo cuando llegan las vacas flacas, pero muy mala para crearlos cuando reverdece el pasto.

Eso lo confirman los resultados más recientes de la industria y el comercio, cuya actividad registra un salto superior al 7 por ciento hasta abril, pero que siguen reportando recortes de nómina. Con razón el país ostenta el dudoso honor de tener la tasa de desempleo más alta de América Latina.

En respuesta, algunos especialistas dirán que las cosas no están tan mal. A fin de cuentas, en mayo había 19 millones de personas ocupadas, casi medio millón más que un año atrás. De igual manera, un porcentaje creciente de la población estaba en el mercado laboral, mientras que una proporción históricamente alta, de 54,9 por ciento, se encontraba empleada.

El problema es que esa explicación es incompleta. Si bien es cierto que la masa de trabajadores creció 2,5 por ciento en los pasados 12 meses, la de personas sin oficio permanente lo hizo en 6,6 por ciento y la de subempleados, en algo más de 11 por ciento. Dicho de otra manera, hay más puestos, pero estos no son suficientes para absorber a la gente que llega a pedirlos, ni se están creando cargos formales o de buena calidad.

Todo lo anterior hace cada vez más obligatorio que el nuevo gobierno llegue con propuestas concretas para enfrentar el tema.

No se puede olvidar que el hoy presidente electo habló de formalizar 2,5 millones de empleos y crear medio millón adicional durante el cuatrienio que viene. Y aunque es cierto que la producción del país viene aumentando, ya está visto que no hay que atenerse tan solo a un mayor ritmo del PIB, sobre todo cuando la expansión se apoya en parte en la minería, que no es un sector intensivo en mano de obra.

Ante esa situación, todo indica que vendrán planteamientos en varios sentidos. De un lado, los estímulos fiscales que hoy se encuentran vigentes para las reinversiones que se hagan en activos fijos se sustituirían por beneficios en el pago de los llamados parafiscales a las empresas que enganchen personal nuevo. El objetivo es bajar, a través de descuentos, los impuestos a la nómina y así aumentar el atractivo de crear empleo. Por otra parte, habría estímulos en favor de la formalización de los empleos, algo que va a requerir una delicada mezcla de zanahoria y garrote, pues quienes hoy reciben subsidios o servicios gratuitos por ser calificados como pobres tendrán reticencias para inscribirse en las cuentas de la seguridad social.

No obstante, más allá de las recetas específicas, es indudable que es necesario actuar y que la solución no depende del mero crecimiento económico. De lo contrario, los colombianos seguirán encontrando en la falta de empleo una causa de descontento, al tiempo que será difícil conseguir avances duraderos en la lucha contra la pobreza y la marginalidad.